Nietzsche, la verdad
sufriente
“Si la felicidad fuera realmente deseable para el
hombre, el idiota sería el ejemplar más bello de la humanidad”, escribió cierta
vez Friedrich Nietzsche, con la misma pasión y arbitrariedad con la que vivió cada momento de su vida. La
afirmación pone en evidencia no sólo su espíritu transgresor sino además, una de sus grandes
preocupaciones (y quizá frustraciones): la felicidad.
“¿Acaso nuestra búsqueda tiene como fin la
tranquilidad, la paz, la felicidad?”, se preguntó en otra ocasión, a lo que
respondió: “No: lo que buscamos es solamente la verdad, aunque sea la más
terrible y repelente”. Para terminar profetizando: “Si quieres la paz del alma
y la felicidad, crece; si quieres ser un secuaz de la verdad, busca”.
Nietzsche, hijo y nieto de predicadores luteranos,
luchó toda su vida por creer, pero no pudo. Su condición de seguidor
inclaudicable de la verdad, lo llevó por el camino de la búsqueda, y en él sólo
encontró infelicidad.
Solitario y torturado, de no haber sido un filósofo
brillante, su vida habría merecido ser atendida por la tensión con que fue
vivida. Enfermizo, irritable y polémico, no estuvo exento de furibundas y
frustradas historias de amor. Pero Nietzsche fue, fundamentalmente, un
pensador.
Uno de sus tantos pecados fue creer en él en demasía.
“¿Por qué soy tan sagaz?”, decía de sí mismo. Su otro gran pecado fue ir en
contra de la corriente.
En el siglo XIX, según sus hombres más lúcidos, había
resuelto los grandes problemas del hombre. La evolución de la imprenta, el
telégrafo, el ferrocarril, los grandes barcos, el industrialismo, anunciaban al
mundo que se estaba entrando en el paraíso; paraíso que se vería materializado
en el nuevo siglo, el XX.
A ese paraíso, suponían algunos, se arribaría
masivamente. Las reivindicaciones sociales estaban a la orden del día y la
revolución constituía un horizonte posible.
Nietzsche vino a aguar la fiesta. Desnudó la
hipocresía del mundo, dijo a los gritos aquello que muchos no se atrevían a
decir ni en voz baja y lanzó su gran idea del Superhombre. Es decir, el
individuo y no la masa, según él, sería el salvador del mundo.
Durante décadas se ha querido personificar en
Nietzsche al filósofo pesimista, al “nihilista”. Pero se debe reconocer que el
impulso original de su filosofía es el “decir sí” a la vida, de cualquier
manera y en cualquier circunstancia. La felicidad, afirma, no está en creer
sino en saber. Saber todo es casi imposible, por eso el hombre es infeliz. Sin
embargo, bien vale el intento, parece decirnos.
Muchas de sus teorías fueron criticadas por sus
contemporáneos. Algunas de ellas, ni siquiera discutidas. Entre estas últimas,
pasó inadvertida su propuesta de que el pensador del futuro debía unir el
activismo europeo-americano con la contemplatividad “asiática”. Esta mezcla
conduciría hacia la solución de los enigmas del mundo, preconizó.
Un siglo después de su muerte, gran parte del mundo se
afana por unir la racionalidad occidental con la espiritualidad oriental, en un
intento por alcanzar la perdida armonía.
"El destino de los hombres está hecho de momentos felices, toda la vida los tiene, pero no de épocas felices"
ResponderEliminarCon esta cita, me he preguntado toda la vida, si habría en algún momento de encontrar la felicidad. Ese esquivo estado de somnolencia quizás, en que porfin podriamos dejar de buscarla. De sentirnos plenos, completos.
Aun no llega. Y es que quizás no hay para que buscarla, llegar a esa verdad absoluta de sabernos satisfechos en un mundo que no satisface, en el que la verdad, solo forma parte de neustra existencia diaria, solo que no la vemos, o la cegamos, por miedo, por la soledad que significa sentirse verdadero.
Por eso es que buscamos hasta el cansancio, sin en realidad desearlo. Y he ahí nuestra infelicidad, nuestro propio cegamiento, nuestro ahogo en un mundo, al que somos entregados, sin dirección predeterminada, sin rumbo fijo, sin esperanza. Un mundo en el que además por desición propia carece de felicidad, por encontrarnos en la constante busqueda, de un concepto eterno, más que de un estado parcial que nos purifique constantemente.